sábado, 15 de octubre de 2011

UNA LABOR FELIZ

Por: Oliver José López Oviedo

Más allá de cualquier razón, la gran motivación que mueve a una persona - por lo menos la más noble-  en la consecución un objetivo parece ser el placer. El placer, que aquí debe ser entendido como el gusto por realizar una labor que me  brinda  gratificación física y espiritual, es aquella que los psicólogos relacionan con la vocación. Mucho se podrá especular sobre una respuesta conveniente que nos haga quedar bien y alabe nuestro propio ego, que se escuche “bonito”  por ser elaborada y rebuscada, pero como las promesas de amor, que no se sustentan por si mismas aunque se tenga una buena intención o no, sino por la misma decisión de amar; la escogencia de una profesión, su por qué y para qué, tiene que ver con lo que gusta y con lo que se obtiene por realizar ese algo que satisface las necesidades básicas de la persona.
Es probable, que no siempre el sentido rector del ser humano sea el correcto o que lo escogido no corresponda a la propia voluntad, las circunstancias de la vida hacen que la elección de un camino incluya variables de tipo económicas, familiares, culturales, intelectuales, políticas, religiosas, entre otras; pero la individualidad del sujeto aunque puede verse influenciada y parece ser inevitable es la que finalmente decide. Preguntarle al estudiante infante o adolecente el por qué y el para qué realiza algo resulta ser no tan provechoso, ya que muchas veces el menor no sabe en realidad quien es él y el adulto aunque ya centrado lo frustra el no tener todo lo que materialmente lo atormenta. En ese sentido, recuerdo la frase de  una profesora de psicología que tuve en la universidad, la cual después de un debate en clase acerca de la vocación de la carrera docente sentenció: “la docencia no hace rico a nadie…” una del Coordinador del programa de matemáticas: “¿y ustedes para qué escogieron esta carrera?, si la docencia  es una profesión mal paga en Colombia…” y lo tantas veces repetido por mis profesores de segundaria, los cuales se lamentaban tanto de su condición económica, hacían sentir mi decisión como una verdadera pérdida de tiempo.
Comparando lo anterior, con mi propia experiencia,  podría asegurar  que en cierta medida tenían lógica en lo que decían, pero que ese panorama desesperanzador lo provoca las mismas decisiones conformistas que se toman y la parálisis mental que conlleva la rutina y la falta de una buena ambición. Podrá haber miles de motivaciones, desde aquellas con sentido patriótico, pasando por las de tipo vocacional y hasta las que resultan de un accidente porque “fue lo que me salió, ya que no conseguía más nada”. Pero para mí, la verdad que justifica el seguir creyendo y la que encontré desde el fondo de mi alma es que hago lo hago porque no sería capaz de hacer otra cosa. Parecería simplista, pero es una de las razones que puedo dar a  todo aquel que  requiera saberlo.

Ahora bien, el por qué docente  de matemáticas resultó ser como esos viejos amores que no se olvidan. Cuando estaba iniciando el bachillerato deseaba ser profesor de Ciencias, motivado por la influencia del profesor de esa materia;  posteriormente, fueron las Ciencias Sociales las que se convirtieron en mi interés, pero la mala propaganda de los mismos profesores del área me hicieron desistir de ese camino. Luego, finalizando los estudios de segundaria, fueron las matemáticas, pero los resultados que obtuve en el Icfes en ese ítem – con 56 cuando el resto los tuve por encima de los 70- me desalentaron mucho. Al finalizar el servicio militar, por influencia de los comandantes entré a una universidad privada a estudiar Ingeniería de Sistemas, pero mi papá pronto se descapitalizó y no hubo forma de continuar. Entonces solo me quedaba un camino: la universidad  pública y por la necesidad de trabajar para costearme mis estudios debía estudiar de noche. Allí estaba la Administración de Empresas, La Contaduría, El Derecho y las Licenciaturas; y entre ellas la Licenciatura en Matemáticas y Física, la única que no habían maltratado mucho los pregoneros del pesimismo. Aquella oportunidad de reconstruir el camino, me devolvió de nuevo la ilusión, la cual aun en los momentos más difíciles de la carrera no quise perder.
Esa misma ilusión, me ha llevado a seguir insistiendo y continuar especializándome en esta labor la cual encuentro desafiante cada vez que la descubro más, no tendría miedo de recomendarla si me lo preguntan, no vacilaría en escogerla de nuevo si pudiera, para mi el por qué tiene una respuesta contundente: porque me hace feliz y el para qué otra no menos importante, para hacer feliz a otros.